jueves, 29 de enero de 2009

Crónica de mi amistad con Henry Chinaski

Fue un superviviente a su manera. Él es la atracción del lado oscuro de las personas, del caos más nocivo y perjudicial. Mi amistad con Bukowski perdura a pesar de su muerte hace 15 años.

A Bukowski le mató su buena memoria.

Sonaban los teléfonos móviles del año 66,

aquellos aparatos incómodos y estridentes como despertadores,

sonaban Los Beatles, sonaba mi voz de adolescente malcriado

que buscaba un dios que no fuera el del cielo perfecto y azul

y en medio del irrefrenable desbarajuste

vino de pronto a saludarme, en mi estreno como insípido rapsoda,

el mismísimo Charles Bukowski. No lo olvidaré jamás,

su sobriedad, su aliento de bodega profunda y olorosa…

le dejé mi número de teléfono y él puso cara de discípulo agradecido,

por aquel entonces yo ya había leído La senda del perdedor

e intuí que él no tardaría mucho en llamarme.

A Bukowski no le mató el agua teñida de los bares y las cantinas,

el estómago redondo de las copas de cristal,

acabó con él, la buena memoria de los niños pisoteados,

acabó con él, el porvenir inevitable de la miseria humana.

Por eso, desde hace años me telefonea siempre que huye

por el acantilado de la embriaguez

y nos citamos en las cafeterías de la plaza mayor de una importante ciudad,

él toma una o mil cervezas y yo una o mil gaseosas

y hablamos del mundo que no es

y del submundo en el que estamos

y me señala con el dedo las huellas que dejaron escritas

Henry Miller o Céline o Hemingway

Así fue nuestra amistad hasta que Charles falleció

cuando yo disfrutaba sin vanidad mortal

de mi éxito literario.

Fue un placer la amistad de este genio

de las ultratumbas y de los tubos de escape,

de los sótanos pestilentes del sueño americano,

adversario de las rutilantes alfombras rojas

de los escritores superventas.

Te espero Henry Chinaski, amigo.

martes, 27 de enero de 2009

Vísceras

Ante ustedes una remota posibilidad, una realidad inalcanzable, una dulce locura. Perdí mi razón de ser. Ya no soy, ya perdí la brújula y la palabra comprender. Me muevo por impulsos, como un animal herido.

Me adentro en la boca profunda de esta isla, los bosques están hechos para jugar al escondite o para matar a alguien o para que me atrape el pánico de haber acabado por fin la gran obra personal de mi vida. Un coche sin dueño en donde una pareja de idealistas hace el amor sin ningún significado realmente despreciable. La violencia: un hospital recibe el cadáver de un joven que jugó a la ruleta rusa y celebro su osadía, que su admirable impulso por convertirse en un hombre recordado le haya conducido a la muerte. Celebro la notoriedad de la sangre, celebro que no hayan condolencias, celebro el panteón de célebres suicidas. Celebro la ley de la gravedad del atrevimiento, empuñar un rifle, disparar al aire defender el azar, el juego, la poca importancia de la vida.