martes, 25 de agosto de 2009

Ryszard Kapuściński

I

Ryszard Kapuściński nació en 1932 en Polesia, una pequeña localidad antaño de Polonia y en la actualidad territorio ampliamente pantanoso perteneciente a Bielorrusia. En su libro El Imperio relata, en los primeros capítulos, la desaparición de su padre a manos de los nazis y su peregrinación hacia ninguna parte, huyendo de las bombas enemigas, junto a su madre y a otros habitantes de Polesia.

II

Conocí a Ryszard Kapuściński el día que mi hermano me regaló por mi cumpleaños Ébano; libro profundo y enorme, recomendable para todos aquellos que quieran conocer el continente africano más allá de los mapas de viaje, de los hoteles de cinco estrellas y de otros tópicos.

III

Ryszard Kapuściński comenzó a escribir por casualidad, estudiaba, al parecer, arte en la universidad de Varsovia y era, a su vez, un destacado jugador del Legia de Varsovia. Escribió unos poemas malísimos y los envió por correo a un periódico de Varsovia, decidiendo el equipo de redacción publicarlos en sus páginas. Puede decirse que la poesía introdujo a Ryszard Kapuściński en el periodismo. Luego llegaron las primera ofertas de trabajo, primero Sztandar Mlodych y posteriormente la Agencia de Prensa Polaca que lo envió allí adonde nadie quería ir, a África, un continente que estaba a punto de rescatar la libertad y la independencia perdida por culpa del colonialismo.

IV

Sus textos, como a él le gustaba decir, son la gran pantalla pura de la historia que nos la cuenta desde el centro del dilema. Nunca nos planteó los conflictos bélicos como una escena teatral en la que los buenos matan a los malos o los malos matan a los buenos. El mayor interés de sus escritos se encuentra, en mi opinión, en el modo de captar y de desvelar el estado emocional del ser humano bajo el caos de la guerra. No son textos viscerales, son textos de enorme impacto, de una brutalidad nunca morbosa ni sangrienta. Enhorabuena al difunto reportero Ryszard Kapuściński, transmisor de todo aquello que solamente podemos, de una manera muy remota, imaginar los que vivimos en los cómodos hogares de la Europa desarrollada.

Ryszard Kapuściński decía que en sus viajes nunca recurrió a técnicas como la grabación en cinta magnetofónica. Su experiencia le había enseñado que, puestas ante un micrófono, las personas hablan de otra manera y también de otra manera construyen sus pensamientos. Pierden su originalidad y su lengua se vuelve artificial y forzada. Él siempre quiso llegar (y llegó) a las zonas más profundas de la psique de las personas.

lunes, 17 de agosto de 2009

Vacaciones en la isla de La Palma

Regreso de mis breves vacaciones en mi segunda casa, la isla de La Palma. Diez días que me han servido para aclimatarme al silencio y aparcar mi relación de amor-odio con la urbe; el individualismo que el propio ritmo acelerado de las ciudades, con sus rutinarios trasiegos, impone.

Una vez más compruebo que la fórmula ideal es la combinación o combinatoria de los escenarios: un poco de playa, un poco de montaña, un poco de silencio, un poco de ruido urbano, un poco de prisa en los pasos de peatones y los semáforos, un poco de soledad, un poco de introversión, un poco de extroversión. Todo en pequeñas dosis, estar y a la vez no estar. Excesos de pasión y sentimientos de pertenencia, los justos. La Palma me atrapó en 2005, en el primer verano de la que será ya una larga relación de amor-odio. Su altura, desproporcionada y asombrosa en relación a su extensión en kilómetros cuadrados, sus violentos contrastes, sus depresiones, sus volcanes, me dejaron boquiabierto. Ayer domingo me eché al monte, a curiosear con la voluntad de ser contagiado por la fiesta tradicional de una romería que se celebra en el municipio de El Paso cada tres años. La fiesta nos une, aunque sea por encima, aunque la unión de compartir sea superficial junto a la verbena del pueblo, a los vasos de vino regalado o a los lugareños divertidos y cariñosos en su gran día. Me sentí un invitado, un súbdito de otra isla acogido, acariciado, fui como ellos, fui uno de ellos.