Una niña de quince años ha sido arrojada al fondo del río Guadalquivir. Es imposible que no me entere. Todas las televisiones del mundo, sin nada que contar más que la terrible monstruosidad de su muerte, dedican horas de su programación a exprimir la única frase de la que, informativamente hablando, disponen: "Marta del Castillo ha sido asesinada" y desde ésta execrable realidad, los alcahuetes informadores de nuestro país bajan al lodazal de la psique humana, a ese mal vicio de la propaganda devastadora del hombre como lobo para el hombre.
Dejémoslo aquí, por favor. El silencio de la muerte de Marta pertenece a sus padres, hermanos, amigos y demás familiares, como debería (con deber ético) expresar la esquela recortada en la memoria de la fallecida aún sin cuerpo. La muerte es la muerte y nada más, algo áspero e inequívocamente desolador, no debiendo convertirse nunca en ¡boom! mediático, en una verbena de reporteros ávidos de contarlo todo sin que realmente haya una noticia nueva que contar.
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