miércoles, 30 de septiembre de 2009
HA MUERTO RAFAEL AROZARENA
martes, 15 de septiembre de 2009
El alcalde Alí Babá y el negocio de la política
Nuestras modernas democracias son, a todas luces, regímenes insuficientes, en tanto no terminan por cubrir las razonables demandas de muchos ciudadanos y crean con frecuencia tristes y decepcionantes panoramas de bochornosa corrupción y enriquecimiento fácil y rápido.
En España pudo pensarse y, más allá del pensamiento racional, pudo evidenciarse el florecimiento de la ilusión tras la muerte de Franco y los años convulsos que siguieron a la muerte del sádico déspota. Pero todo el romanticismo, el fervor político que respetaba reverencialmente el valor de la urna con su poder decisorio ha quedado reducido a cenizas o a lo sumo y con suerte, ha quedado ahí como un álbum de fotos de la época más gloriosa de un ex-combatiente retirado y defenestrado.
Creo que ya nadie puede tacharme de derrotista, de pesimista; la heterogeneidad de nuestra sociedad es una realidad que nuestros políticos, especialmente los alcaldes, los miembros de distinto rango de casas consistoriales o cabildos, ignoran por completo, pendientes exclusivamente de sus negocios y perdiendo la brújula de la dignidad humana.
La soberanía popular nuevamente machacada. Decía Platón que la democracia es el mejor de los gobiernos sin ley y el peor de los gobiernos en los que se respeta plenamente la ley. Imagino que los alcaldes y ediles corruptos de media España no habrán leído jamás a Platón, si es que lo conocen o lo han oído nombrar.
Lo que está claro a estas alturas de la vida, tras treinta años de ir al colegio electoral a depositar el voto, es que la política y, particularmente, la política local se ha convertido en una repugnante mentira, en una grosera carcajada contra el ciudadano, en una agresiva promesa, en un atraco a plena luz del día para sacar un voto. He dicho.
sábado, 5 de septiembre de 2009
Exposición de Juan Carlos García Marrero
Juan Carlos García Marrero
Después de un largo paréntesis de ausencia, en el que no he contestado ni asistido a las convocatorias que he recibido de amigos o compañeros escritores y pintores para estar en sus respectivos actos de presentaciones de libros o de exposiciones, anoche me acerqué a la sala de arte que Caja Canarias tiene en el municipio del Sauzal. El motivo lo merecía; la vuelta del pintor Juan Carlos García Marrero tras veinte años de invisibilidad total.
Acudo a la cita con puntualidad, me acompaña mi mujer. Me alegra saber que allí estaré bien rodeado, que serán a lo sumo dos o tres horas en las que entraré en contacto con una fauna de lo más variada. El ambiente no me decepciona y menos la calidad y altura de los personajes que deambulan o fijan su posición frente a un cuadro que observan con contenida admiración o se crean deliberados corrillos en los que se habla en voz baja o se juega a ser eternamente elegante y falsamente discreto.
Eché de manos que Juan Carlos le añadiera unos cuantos renglones a su discurso. Fue breve o más bien efímero, pero a veces hay que convencerse que las palabras no lo son todo y me agradó mucho verle en los ojos una expresión de conmovedora agitación. Era su gran momento, veinte años después.
No entiendo de pintura, siempre lo he dicho, y la postura impertinente de los críticos pedantes me provoca nauseas. Observo un cuadro y la conclusión es tremendamente simple: o experimento una sacudida emocional o me quedo indiferente. No me interesan las cuestiones técnicas, estas que las resuelvan los pintores.
El trabajo de Juan Carlos García Marrero siempre me ha transmitido mucha intensidad emocional, como la búsqueda continua por encontrar algo de verdad detrás de las cosas que parecen ser reales pero son simplemente una apariencia.
La noche se cerró con el clásico brindis más los pinchos de tortilla, las croquetas de la abuela y los dátiles untados en queso filadelfia y una reconfortante charla con un homeópata amigo tras salir indemne de las garras feroces de la intelectualidad y la enciclopedia de historia.