Nuestras modernas democracias son, a todas luces, regímenes insuficientes, en tanto no terminan por cubrir las razonables demandas de muchos ciudadanos y crean con frecuencia tristes y decepcionantes panoramas de bochornosa corrupción y enriquecimiento fácil y rápido.
En España pudo pensarse y, más allá del pensamiento racional, pudo evidenciarse el florecimiento de la ilusión tras la muerte de Franco y los años convulsos que siguieron a la muerte del sádico déspota. Pero todo el romanticismo, el fervor político que respetaba reverencialmente el valor de la urna con su poder decisorio ha quedado reducido a cenizas o a lo sumo y con suerte, ha quedado ahí como un álbum de fotos de la época más gloriosa de un ex-combatiente retirado y defenestrado.
Creo que ya nadie puede tacharme de derrotista, de pesimista; la heterogeneidad de nuestra sociedad es una realidad que nuestros políticos, especialmente los alcaldes, los miembros de distinto rango de casas consistoriales o cabildos, ignoran por completo, pendientes exclusivamente de sus negocios y perdiendo la brújula de la dignidad humana.
La soberanía popular nuevamente machacada. Decía Platón que la democracia es el mejor de los gobiernos sin ley y el peor de los gobiernos en los que se respeta plenamente la ley. Imagino que los alcaldes y ediles corruptos de media España no habrán leído jamás a Platón, si es que lo conocen o lo han oído nombrar.
Lo que está claro a estas alturas de la vida, tras treinta años de ir al colegio electoral a depositar el voto, es que la política y, particularmente, la política local se ha convertido en una repugnante mentira, en una grosera carcajada contra el ciudadano, en una agresiva promesa, en un atraco a plena luz del día para sacar un voto. He dicho.
2 comentarios:
Llevas razón en lo que comentas, aún así y aunque pueda parecer ilusa, quiero pensar que hay personas honestas en las que se puede confiar y que al votar al menos podemos manifestar nuestras preferencias.
Es simplemente una generalización. No puedo dejar a un lado mi estado crítico por unas cuantas felices excepciones, que haberlas, naturalmente, hailas
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