miércoles, 18 de noviembre de 2009

MARRAKECH I

Acabo de llegar de Marrakech. Un viaje breve, intenso, horas de compacta y sólida emoción. La emoción de la sorpresa es la última esperanza de vida que siempre nos queda. Ha sido un viaje de cuatro días, una de esas hermosas experiencias en las que se queman las suelas de los zapatos, en las que no importa estar de pie bajo el quemante sol norteafricano con tal de estar observando y sintiéndome adherido a la realidad simple de lo mágico. Lejos de casa, fuera de todo pensamiento perturbador y gris, autoexcluido voluntariamente del tedio y la desgana. Marrakech rescata y entra por la vista, por el olfato... Tuve dos momentos grandiosos que no olvidaré. Uno, la primera vez que salimos a las calles de la ciudad y recorrimos el largo de la kilométrica avenida Mohamed VI. El caos del tráfico me maravilló, circulaban por la vía pública coches, motos Yamaha de las que dejaron de existir en España hace muchos años, bicicletas, rudimentarios carros arrastrados por burros. No hay normas, no se respetan las distancias de seguridad, no se respetan los pasos de peatones, las calles de sentido único pueden convertirse, por capricho de un conductor, en vías de doble sentido. No hay rigidez, no hay reglas que cumplir y nadie se enfada, nadie se pisa o se insulta, el caos como manera de entenderse, sin pesadas estructuras rígidas. El otro gran momento fue la entrada en la plaza Jemaa El Fna y su poderoso mosaico de vida, o mejor dicho, de alegres buscavidas que ofrecen talento y mentira: encantadores de serpientes, embaucadores amables y simpáticos lejos de la queja vulgar de los que arrastran su pobreza por el mundo. Luego los zocos; el embriagador olor a especias y cuero, artesanía de la buena y voces de hombres que te retienen ofreciendo su artículo, su pan, su producto, sin complejos, echándole cara y negociando hasta lo innegociable.

1 comentario:

Aida Esther Pérez Lorenzo dijo...

Marrakech "atrapa", no cabe duda. Tras mi tercera visita, ya casi quiero empezar a organizar la cuarta.
Es sugerente, espontáneo, fresco y cálido a la vez, colorido, fuertemente oloroso y muy variado.
Transmite caos y serenidad al tiempo.