domingo, 2 de agosto de 2009

Incendio forestal en La Palma

Hoy me he levantado tarde. En Tenerife hace un día muy caliente. Me ha llamado mi mujer desde La Palma (su isla natal) y me ha comunicado, poco antes del mediodía, que media isla amaneció entre llamas. La emoción o la conmoción o las dos juntas, me han embargado. Miles de personas evacuadas en los municipios de Mazo y Fuencaliente. Personas humildes, trabajadores del campo que han heredado todo su patrimonio de abuelos a padres y de padres a hijos, lo han perdido todo. Curiosamente, en estos momentos me siento muy sensible y humano, la emoción a flor de piel, la rabia y la impotencia conforman un mosaico de frustración que me deja sin palabras. En Canarias, llevamos siete días consecutivos instalados en unas temperaturas que van de los 38 a los 45 grados, y pienso, de una manera muy fatalista, que ya tardaba el monte en dar señales moribundas de su sufrimiento entre llamas. Todos los veranos lo mismo, las mismas declaraciones de consternación por parte de los que manejan el cotarro. La Palma es mi segunda casa, la llevo en mi memoria y ha formado y forma parte de mis sentimientos desde hace cinco años. Solamente puedo estar a la espera de que cambie el viento o bajen las temperaturas, que caiga agua del cielo porque, como diría el poeta Samir Delgado, el monte se quema.

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