Se terminó. Mi gusto ético y estético ya no soporta más. La paciencia se me ha agotado. Los señores que ostentan el poder o aspiran a conquistarlo, viven en otro mundo. Naturalmente perdí la confianza en la clase política hace años y cada día el duelo maniqueista entre buenos y malos, entre honrados y deshonrados me causa mayor repugnancia.
Hay hombres y mujeres que entran a formar parte de jugosas listas electorales (véase al popularísimo Ricardo Costa) en partidos pudientes y con claras aspiraciones de triunfo por el mero hecho de satisfacer una antigua y atávica necesidad de dinero, fama e incluso sed y hambre masculina de mujeres jóvenes de muy buen ver. Me viene a la cabeza la palabrería y el estatus que proporciona la tan ambigua pero, paradójicamente significativa, frase: la atracción irresistible de la erótica del poder. Desear dinero y triunfo en el campo laboral y en el sexual, lo puedo llegar a comprender por nuestra condición de seres humanos pero, deben ser estos, objetivos pertenecientes al exclusivo ámbito de lo individual.
Los políticos son elegidos por la candidez de los ciudadanos; candidez que ha ido tomando en los últimos años proporciones bíblicas. Elegidos como servidores bien pagados de la sociedad, desenrollan la compleja madeja de la corrupción con mentiras y más mentiras.
Me sorprendió escuchar en TVE esta mañana, a un diputado nacional del PP referirse a la crisis económica como un cáncer que afecta a los españoles. Me ruborizó que hablara empleando la expresión “los españoles” como una pluralidad ajena a él. Supongo (y no creo que sea suponer mucho) que estaría pensando en los ciudadanos a través filtro mntal del político oportunista, es decir, nosotros, que somos unos extraños que votamos cada cuatro años y damos un aval o cheque casi en blanco.
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