Humillación pública. Parece mentira que sea Silvio Berlusconi el personaje que vemos en la foto. Su expresión es una clara combinación de rabia, perplejidad y desconcierto e incluso da la impresión que, por unos momentos, se piensa seriamente la posibilidad de liarse a mamporros con su agresor. El incólume corrupto, el duche ególatra, el gran narciso con el rostro golpeado, salpicado con su propia sangre, el hombre que presume de ser el corazón, el alma, el espíritu de Italia y no sé cuantas sandeces patrióticas más.
El poderoso al que sus homónimos europeos le ríen las gracias, sorprendido por la espontaneidad de un loco. Silvio, que cree tenerlo todo bajo control. Silvio, que usa miserablemente su propia autoridad para convertirse en un déspota a cara descubierta. Cómo brota la sangre de la enorme boca de un Berlusconi desconcertado, cómo brota.
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