En todos los tiempos y naciones del mundo el hecho simple de divertirse sin más, ha elevado a la consideración de felicidad duradera lo que realmente era un simple pasatiempo y he de confesar, para mi gusto, que bienvenido sea el pasatiempo del placer sin futuro.
Desacredito la teoría del sacrificio, que no los preceptos emocionales de la lucha y el esfuerzo. Digo todo esto porque mi nivel de transigencia, que durante toda mi vida ha sido más bien bajo, ha recibido un golpe procedente de mi manía de ponerme a pensar en mis ratos libres en cuestiones aparentemente banales como la que ahora me ocupa: “no valorar lo que tenemos, cuando lo que poseemos es la consecuencia de la transición histórica de las generaciones, dice muy poco sobre los increíblemente alegres desmemoriados.”
Cuando soy atacado por una crisis repentina de inconformismo infantil y queja retórica, intento aplicar la fórmula de hacer memoria y en ocasiones hasta puedo llegar con la máquina del tiempo hasta los años veinte o treinta del siglo pasado cuando podías morir de una simple infección o escapar de la quema de la guerra civil era algo prácticamente imposible. Existía en mis abuelos, e incluso en mis padres un concepto entroncado con la educación católica férrea de la prohibición de los sanos y liberadores placeres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario