domingo, 25 de enero de 2009

INESPERADO VIERNES NOCHE

Me entero a las cinco y cuarto de la tarde del acto de presentación literaria conjunta de Lizundia y Palarea. Me doy por avisado a través de un medio tan casual como la bandeja de entrada de mi correo electrónico.

Necesitaba tomar aire. Había colgado hacia unos días el cartel de prohibido el paso a cualquier ser humano que intentara invitarme a abandonar mi deseado retiro, cuando advierto la posibilidad de hacer saltar por los aires la grandiosidad de mi burbuja de soledad.

Allí estábamos, por los tanto, poco antes de las 20 horas, en el Colegio Oficial de Abogados de Santa Cruz. La primera sensación nada más entrar en el salón de actos es de una tórrida humanidad que me invade. Saludo de pasada a nuestros actores principales. Palarea siempre tan tímidamente protagonista, nadando en un aparente estado de nerviosismo al cabo de los años. Lizundia me ve, me saluda con la rapidez de las palabras que articula el escritor antes de su gran día.

Comienza el espectáculo. De entrante, El cuarto vocal Euterpe ya nos avisa que la noche promete. Nos traen a Machado, a Benedetti y hasta Mocedades con su eres tú que yo ya tenía prácticamente olvidado.

Aún no me ha llegado el empacho emocional, cuando toca el turno el de los parabienes, las auténticas palabras dichas desde la amistad, lejos del aburrido hormigón académico. Una vez ensalzados, nuestros protagonistas toman la palabra. Palarea, sempiterno pañuelo palestino en ristre, me cautiva con un “discurso” que es una invitación al collage de imágenes. Veo a alguien sumamente sensible y pienso por un momento si lo que estoy escuchando es una pirueta surrealista o una suerte de acumulación de palabras con un gran sentido tragicómico de la vida. En cualquier caso, celebro lo que sea con tal de que sea expresado con la naturalidad de los pocos académicos.

Lizundia por su parte, es el original francotirador, no el derramador de ácido corrosivo sobre los ojos del bien pensante hombre de izquierdas. Colorista del arsenal de los verbos, me gusta tanto lo que escribe como lo que dice. Para él no se hicieron los matrimonios de conveniencia, ni por suerte, los estrechos intereses. No arremete, señala con el dedo hasta provocar la reflexión o el sonrojo. Él es la necesidad, el punto que equilibra la balanza ante modas, modismos, modistas. Él es eso, lo que yo entiendo pluma independiente en el más amplio sentido de la palabra.

Luego, al término de tan dinámico y divertido acto, nos tomamos una copa. Odio recalcitrante a volver a ser yo el monigote solicito, amable y seductor de otras ocasiones. Vuelvo a saludar a Lizundia (el despistado anfitrión), me dice que me va a presentar a no sé quien… todo es maravillosamente vago, conversaciones que empiezan y se quedan ahí, al cabo de dos frases, sin continuidad. Nadie se ata a nadie. Nada es forzado, todo es libre y fluido a pesar de las poses de pasarela de algunos o algunas y de la presencia asombrosamente sobria de Agustín Enrique Díaz Pacheco.

Nos marchamos, como siempre me quedo en el pelotón de los últimos que se van. Me lo he pasado bien. Lo de ésta noche ha sido la alegría de lo inesperado.

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