lunes, 18 de mayo de 2009

Mario Benedetti ha muerto

Ha muerto uno de los grandes, un amigo: Mario Benedetti, Don Mario, Mario acaba de morir a los 88 años en su casa de Montevideo, y es inevitable que vengan a mi memoria las mejores instantáneas de nuestra amistad. Una amistad forjada a base de lecturas y relecturas, porque hay escritores, y Benedetti es uno de ellos, que te acompañan a lo largo del tiempo, como un entrañable compañero de viaje. A su patrimonio poético recurrí en numerosas ocasiones, por ejemplo, para expresar mi necesidad de ser amado, recitándole el poema táctica y estrategia a la mujer con la que, al cabo de los años, terminé casándome.

Él y yo nunca nos conocimos personalmente, pero como dijo anoche Juan Cruz en la Cadena Ser: “un amigo es aquel que te susurra al oído las cosas que uno quiere escuchar”.

Mario fue el primer poeta al que leí en profundidad, abundantemente, con un entusiasmo nuevo, como quien está frente a la revelación de un gran acontecimiento existencial. Fue un escritor que me puso una antorcha en las manos para aprender a juntar versos, para iluminar mi motivación, mi agitado estado anímico ante la posibilidad y el deseo de convertirme en poeta. Mario era grande, recuerdo un memorable episodio, en el que junto a su querido amigo, el músico Daniel Viglietti, daban un recital en el paraninfo de la Universidad de La Laguna, a finales de septiembre de 1994. Yo llegué tarde, la sala estaba llena hasta los topes y la lectura poética ya había comenzado, pero la insistencia, en forma de golpes con los puños y las piernas en las puertas de acceso por parte de los que nos habíamos quedado fuera, dio sus frutos. Ante el lógico nerviosismo del dispositivo de seguridad, Mario dio la "autorización" para que los que nos habíamos quedado fuera, entráramos y compartiéramos con él y Viglietti un evento tan enormemente conmovedor. Había gente sentada hasta en el suelo, los anfiteatros y los palcos peligrosamente abarrotados y aquella noche se convirtió en una de esas noches en la que los vellos de los brazos siempre están de punta, la noche poética más hermosa que hasta el día de hoy he vivido. El evento terminó con una ovación interminable de aplausos, de personas llorando, abrazándose, cantando bajo una sensible atmósfera de gran carga emocional. Era igual que presenciar la alegría perfecta y cristalina de las personas cuando vamos y regresamos de los asuntos del corazón revitalizados. Irrepetible, inolvidable. Cuando volví a casa y llevado en volandas por la emoción, me dije para mis adentros: "tengo 20 años y quiero ser poeta”.

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