martes, 19 de mayo de 2009

Pasión sin estridencias

Cuando lo conocí, yo recogía la ropa sucia de la desolación amorosa. A principios de los años noventa, en los largos días de instituto, en la fresca juventud sin apenas heridas, en la desconcertante mezcla de tenebrosa inseguridad, conocí a un retraído príncipe azul, a un tímido sonriente que jamás alcanzó el sombrío territorio del anonimato, como les pasa a otros tímidos que demasiado fieles al decálogo perfecto de cómo ahuyentar el estremecedor ruido de palabras mantienen incandescente la timidez cada día. Rubens Ascanio no era así, no era de esos chicos muertos de miedo, endebles y silenciosos, de lágrima fácil que maquillan su carente elocuencia, su economía de gestos y palabras con excusas y evasivas que les devuelven al retiro o al blindaje del soñado apartamento estival de la cueva o del refugio en el que vivir en paz. Llevaba por dentro la pasión de los grandes asuntos y poseía lo que todavía no sé si es virtud o dificultad: un modo, podría decirse, matemático de aminorar los efectos dramáticos de ciertas encrucijadas existenciales. Mi encuentro con Rubens hace dieciocho años, no fue una casualidad. Fue el primer hombre que escuché hablar del amor y de las relaciones desde las abundantes perspectivas de las emociones, tan llenas de posibilidades y despreciando la dialéctica machista, el verbo sexual traído de las viseras de la mala educación de la mente. Para mí, escuchar su discurso fue vital, supuso un hallazgo distinto, una piedra preciosa o un aguacero torrencial en el desierto, ya que, por aquel entonces, corría el riesgo de convertirme a mis diecisiete años en un descreído del amor mientras me iba dejando pedazos de piel y de vergüenza por mujeres que parecían fantasías imposibles y peligrosas. Rubens Ascanio es lo que deben ser los grandes amigos, un cronista de mi propia vida, un historiador de mis dramáticos y alegres momentos. Quien diría él con que su voación de político de mesas redondas en las que nunca se pierde el tiempo, con su ateísmo con símbolos que lleva en el corazón una librería del che, iba a seguir compartiendo entre agitadas mareas y algunas distancias la gran amistad que siempre le he ofrecido. Romántico de increíbles sueños de iglesias con obispos simpáticos recibiéndole, luchador optimista, padrino con disnea de mis futuras ediciones de versos…parece mentira que fue hace dieciocho años (en el otoño de 1991) cuando te sentaste a mi lado, en el asiento de una guagua y te identificaste ante mis ojos como el brillante narrador de historias de amor que eres.

1 comentario:

Ascanio dijo...

Victor, ese día de visita al sur para aprender el inglés macarrónico que practicamos y el asiento libre en la guagua fue un regalo. Te quiero amigo.