jueves, 26 de marzo de 2009

Vida y obra: una misma realidad

Mientras trabajaba en el que hasta ahora es mi único libro de poesía editado (Cuando yo era otro 2007, autoedición) , iba experimentando un cúmulo de delicadas emociones, asociadas todas ellas a la satisfacción de estar creando algo definido, con unas características y con un mensaje concreto. La experiencia del placer intelectual, reside para mí, en la capacidad, en el deseo, en el entusiasmo por decir y comunicar, compartir con los otros, ya sean estos sujetos imaginarios o destinatarios reales, una serie de emociones, que no me engaño, son de dominio público, son universales, comunes a prácticamente todos los habitantes del planeta. No quiero decir con esto, que los poetas o escritores seamos los amplificadores voceros de las emociones básicas de la gente, entendiendo por básica y elemental la tristeza, el deseo, la alegría, la ira, que aisladas y descontextualizadas del origen complicado del engranaje humano, no significan absolutamente nada.

Se necesitaría estar demasiado tocado por la pretensiosa vanidad, como para creer que los poetas representamos el clamor popular de un mundo moderno cada día más alienado y confuso, dentro del disparate contemporáneo de la prisa y la actividad más o menos frenética de una sociedad, en líneas generales, deprimida y escapista.

Dicho lo dicho, creo en la continuidad secuencial-cronológica de las obras literarias. Es evidende que no todos los escritores se mueven de la misma manera, pero el concepto que expongo en mi quehacer poético es el siguiente: ESCRIBO Y VOY RECONSTRUYENDOME, REECONOCIENDOME COMO PERSONA QUE SIENTE Y PADECE, TIENE EMOCIONES, ETC… Por esta razón, pienso, a veces, en lo qué vendrá después de Cuando yo era otro, mi primer libro de poesía que está teñido de un claro tono vital, agónico en ocasiones, existencialista (triste por ahondar en la espesura en la que voy encontrando la verdadera realidad de lo que soy) .

La respuesta es bien sencilla. Vendrá nuevamente la vida como un río que fluye hasta que se agota y, por supuesto, no quiero que su caudal se me agote sin compartirlo con los otros, esos benditos extraños, ustedes.

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