Vivo con la ilusión de que algún día sean desenmascarados públicamente y puestos en ridículo los devaluadores de la política. Hay varios tipos de políticos, los malos, los ineptos, los que preparan muy bien sus discursos, los mentirosos, los seductores y, sobre todo, la especie más repugnante de entre todos los anteriormente citados: los políticos ruines, los devaluadores de su propio oficio, en otros tiempos actividad que con nobles aspiraciones pretendía hacer la vida más cómoda a los ciudadanos.
Hoy, cuando hablamos, por ejemplo, de Mariano Rajoy, estamos refiriéndonos a un pertinaz devaluador de la política, a un encubridor de delincuentes, al que no se le ocurre otra cosa que defender la inocencia del imputado Francisco Camps. Me pregunto qué dirá Mariano el patriota si al presidente de la Generalitat Valenciana lo declaran culpable de los posibles delitos con los que se le vincula.
Estos peperos son los que, según las leyes de la alternancia, gobernarán España dentro de no mucho tiempo y, lo más alarmante, sin haber alcanzado siquiera la nota mínima exigible en la eterna asignatura pendiente de la higiene moral.
Cuánta agua sucia saldrá de las urnas de la democracia numérica, del reparto de escaños. Qué malos tiempos se aproximan, qué desgana, qué poca alegría, qué falta de ingenio.
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